Una nación llamada Kizomba
Yuliana Ortiz Ruano
Como afroecuatoriana, siento que algo se ha perdido. Hay una sensación de extranjería constante, un no saber para dónde mirar, dónde depositar el cuerpo y expandir las extremidades. Aquí entra la dimensión personal, no la general, no puedo hablar por los otros afrodescendientes de este territorio. Voy a decirlo así: a veces no reconozco el lugar de la nacionalidad ecuatoriana como propia, estoy convencida de que eso tiene que ver con mi afrodescendencia.
Por eso, aprendí portugués a los dieciocho años como regalo de mayoría de edad. Mi madre me dijo: "¿Por qué no terminas inglés?", y no supe qué responder. Había en mí una pulsión impalabrable que me llevó con urgencia a adentrarme en ese idioma. Si logro divisar en retrospectiva las razones, se dibuja dentro de mi cabeza, en letras doradas, la palabra música. La música brasileña que llegaba a la casa de mi abuela a través de casetes que traía su hermano desde la Amazonía... el mal llamado Oriente en Ecuador. Todas esas palabras que no entendía pero que podía retener en mi cabeza me hicieron obsesionarme con Brasil. Por supuesto, cuando era pequeña, yo estaba convencida de que solo en ese país se hablaba portugués. Después escuché el portugués de Portugal y me pareció extraño e incluso ajeno a ellos. De cierta forma toda lengua es el síntoma de nuestro órgano fónico modificado para pertenecer, la lengua es la primera forma de migrar.
Ya, con algo de experiencia en lectura portuguesa, descubrí a Conceição Evaristo. Fue en "Becos da memória" donde leí por primera vez la palabra “banzo". Después, en la universidad, cuando estaba adentrándome en reconocer mi condición isleña (provengo de una isla llamada Limones que no se encuentra mapeada en la historia oficial del Ecuador), empecé a investigar sobre filosofía archipielágica y volví a leer sobre esta palabra.
En ese camino, me encontré con un ensayo de Florencia Bonfiglio, traductora al castellano de algunos ensayos de Kamau Brathwaite, donde se menciona nuevamente el "banzo". Ella, a través del poeta, lo define como "el sentimiento de nostalgia padecido por los esclavizados africanos en América. Producto del destierro y especie de 'sodade' mortal, el banzo conducía a la apatía, a la inanición y su desenlace era frecuentemente la locura o el suicidio".
Así, mareada y perdida en mitad del mar de las ciudades antinegritud de Ecuador, en las que me iba perdiendo, escuché por primera vez la palabra Kizomba.
Me mudé a la capital cuando dejé mi primera carrera fallida antes de dedicarme a escribir y posteriormente a estudiar literatura. Trabajaba en un bar suizo, después de una fiesta de dancehall alguien me dijo que tenía que conocer el Safari. ¿El Safari?, sí el Safari, el bar de los africanos. Esa noche terminé la jornada muy cansada porque trabajar de pie era bastante pesado, pero igual decidí ir a conocer dicho bar.
Fue extraño porque, a pesar de estar en la capital helada y llena de pubs que aspiraban a verse como bares europeos, atravesar el umbral de la puerta del Safari fue como entrar a una fiesta en el Pelícano, la discoteca del malecón de Limones. O tal vez lo asocié a ese espacio porque la música que gritaba por el altoparlante era "Turn me on" de Kevin Lyttle, canción que yo solo había escuchado y bailado en el malecón, de frente al mar, empapada de sudor, con calor y rodeada de cuerpos negros iguales al mío.
Me obsesioné y empecé a frecuentarlo muy seguido después del trabajo. Los jueves había fiesta dominicana y entonces bailábamos bachatas que yo nunca había escuchado. King Jaja, el dueño, un melómano nigeriano, nos guardaba los bolsos detrás del mostrador. Un martes entré al bar y algo diferente estaba sucediendo: la gente no bailaba ni bebía de forma desordenada como lo hacían usualmente. Había un círculo de espectadores y una luz inusual en el centro. También la canción que invadía el recinto no la había escuchado antes. No entendía del todo el idioma. Supe que era portugués porque reconocí algunas palabras, pero no estaba nada segura. ¿Esto es portugués?, me pregunté desconcertada. De lo que sí estaba clara es que definitivamente no era inglés. Estaba turbada.
Me fui abriendo paso entre las personas, tratando de no molestar demasiado. Todo el mundo estaba concentrado, mirando hacia el centro. Entonces los vi en la mitad de todos los cuerpos: una pareja de danzantes bailando tan pegados como si fueran una sola persona. Por supuesto, después investigué, escuché, leí. Por eso, mi intención en este texto no es dar datos sobre la Kizomba, que seguramente ustedes, lectores, espectadores, oyentes, conocen mucho mejor que yo. Yo, una muchacha negra de un país andino que no nació en los Andes. Yo, una muchacha isleña de una isla no mapeada, y así podría seguir la lista.
Algo de ese bar me repatrió. Estar rodeada de personas africanas y afrodescendientes del Caribe fue crucial para reconectar, por fuera de esa dimensión de extrañamiento. Porque, desde mi experiencia, la sensación de extranjería está vinculada a esa desconexión con África. En esto, la educación que recibimos tiene mucha responsabilidad: desconexión con sus territorios, países, idiomas y, sobre todo, sus ritmos.
Migrar o salir de Esmeraldas, la provincia a la que pertenece Limones, mi territorio, muy cercana a Colombia y otros territorios con gran presencia de diáspora negra, fue también alejarme de la sonoridad de mi raíz africana. Ese martes en el Safari, escuchando Kizomba, me sentí repatriada... aunque no suene convincente. Por suerte, la literatura no tiene por qué convencer o complacer a nadie. Esos cuerpos entrelazados, negrísimos, me recordaron que tal vez hacer nación es eso: dejar que las pieles y sus matices vibren a una misma frecuencia. Permitir rozar a tope la sensualidad es hacer otra patria, una especie de territorio fugaz que desaliena la rigidez del cuerpo, rigidez eficaz en los entornos del sistema de la blanquitud, entendiendo este sistema como un hacer que atraviesa a todas las corporalidades.
Por supuesto, llevé a todas las personas que venían a visitarme en la capital al Safari. Vivía en una casa donde recibían viajeros de todo el mundo, y así fue como me enteré de que la Kizomba era, en el 2012, año de mi descubrimiento. Porque así es todo descubrir, una existencia velada. Este género musical angolano era todo un movimiento importante en Europa. Había muchas personas que practicaban el baile, los pasos tenían nombres y, sobre todo, no era un baile solo practicado por africanos. Era todo un baile de salón con miles de adeptos en todo el mundo. Un baile cuya raíz africana seguía viva.
Fue una viajera francesa de ascendencia senegalesa la que me dijo que, en realidad, la Kizomba es de Angola. Recuerdo que la primera vez que googleé esta palabra, me salieron solo videos de personas bailando, pero no decían de dónde eran los bailarines ni en qué país estaba ubicado el salón de baile. No sé si fue porque en esa época tenía una mala conexión a internet y no tenía tiempo de quedarme demasiado en la computadora. Además, la mía estaba dañada y solo tenía acceso a una en la sala que compartía con todos los viajeros. Los videos que veía no me daban información suficiente. Por lo tanto, la Kizomba pasó a ser un país: sonoro, evanescente, patria de muchos colores, fugaz y utópica en el que el lenguaje se codificaba a través de movimientos pertinentes que radicaban en dejarse llevar. Qué importante fue dejarse llevar en una época en la que yo quería tomar el control de todo, precisamente porque no tenía nada controlado.
Nunca me atreví a bailar Kizomba. Preferí siempre ser una espectadora voraz. A veces miraba fijamente los pies, otras las caderas y otras los rostros. Siempre con el oído pendiente de la música, porque es ella la que crea una nación donde las fronteras se desdibujan y las comunidades negras se juntan más allá de la otra frontera: el idioma. Así habitan el país de la pista de baile.
-
A Minha KIZOMBA
Não sendo este, um documento com rigor científico, importa referenciar a obra de Pedro David Gomes – “Cultura Popular e Império | Capítulo 14 | Folclore e ritmos modernos na cidade colonial – classe, raça e nação na história da música urbana de Luanda”, da qual nos socorremos, para necessária justificação do trabalho de curadoria solicitado pelo meu amigo Nástio Mosquito a quem, com profundo respeito e admiração, dedico “A minha Kizomba” – a playlist (em actualização permanente). Trata-se de uma preferência pessoal, procurando reduzir as susceptibilidades, tendo como foco exclusivo, o que nos une, A KIZOMBA.
-
How Kizomba Designs the World!
A museum is traditionally understood (from a Western perspective) as an institution, whether it be physically or nowadays often virtually, that collects, preserves, researches, interprets, and exhibits objects or artefacts of cultural, artistic, historical, or scientific significance for the benefit of the public. Playing a crucial role in preserving and presenting our collective heritage and knowledge.
Following this train of thought, a design museum would then acquire, document, and preserve a wide range of design objects, including furniture, industrial products, graphic design, materials, fashion, architecture models, digital interfaces, and more. These objects represent significant examples of design history, innovation, and creativity.
-
Yolanda
When I moved to Luanda in 1997, Angolans were five years into another period of civil war, living again in an extended state of various vulnerabilities.
From November that year until my departure in August 1998, I conducted research in the national archives and explored Luanda’s music scene, work that would become a cultural history of Angolan nationalism and the popular music scene of the 1960s and 1970s.
-
Do AfroZouk ao Kizomba: os ritmos do Semba, Coladera, Gumbé, Marambenta e Puita dançam ao passo da nova batida
Com a proclamação das independências nos Países Africanos da Língua Oficial Portuguesa – PALOPs ou comummente designados “os cinco“ (Angola, Cabo Verde, Guiné-Bissau, Moçambique, São Tomé e Príncipe) – entre 1973-75, a luta pela emancipação e construção contra-colonial ganhou pujança através de novas formas de organização da vida política, económica e social que procuraram, através da dimensão cultural, projetar a construção de novas narrativas e formas de manifestação identitárias capazes de mobilizar coletividades para modelos de vivências baseadas na africanidade enquanto espaço e meio produtor de modernidades.
-
Kizomba
É difícil lembrar quando a gente ouviu uma palavra pela primeira vez. É preciso que tenha sido um evento muito forte para que isso aconteça. A memória edita os acontecimentos - sejam eles linguísticos ou de qualquer outra natureza - quase que à nossa revelia. Ela é prodigiosa em transformar tudo em ficção. Pois então, os eventos devem ter um impacto no nosso corpo e na nossa consciência de tal sorte que indiquem à memória que se trata de algo memorável. Tudo isso devem ser devaneios de um especulador sobre a neurociência. Mas é assim que, no exercício da linguagem, vamos levantando questões e alimentando as curiosidades e contando caso e fofocando.
-
Kizombar el pasado
Los sábados por la mañana teníamos la costumbre de hacer limpieza general en la casa. Amina distribuía las tareas entre mi hermana y yo, de tal manera que nos turnábamos o bien el salón y las habitaciones, o la cocina, los baños y la compra. Los fines de semana del salón eran los mejores porque elegías la música, aun así, nos sentíamos atrapadas en ese lastre doméstico. Éramos niñas y teníamos aprender a llevar la casa. Era nuestra obligación, pero solo nosotras lo cuestionábamos.
Desde bien temprano, ya sonaban kizombas, sembas, mornas, coladeiras y zouks en la cadena de música hifi Sony del salón. Era una torre de casi metro y medio envuelta en madera con una puerta de cristal y dos altavoces colocados estratégicamente en las esquinas. En la parte superior tenía un plato para los vinilos, luego un sintonizador de radio, un amplificador, un lector de casetes otro de Cd y abajo, guardábamos algunos Lp’s.
-
Kizomba com saudade
Numa das fotografias do meu álbum de infância celebra-se a festa com a dança de par: Kizomba. A imagem fora registada num salão da casa da minha família, no Huambo, em 1979.
Em primeiro plano, uma mesa coberta com uma toalha branca está elegantemente decorada com diversas pequenas jarras com flores, sobre esta bolos, sobremesas e outras doçarias.
Olhando com atenção, na beira da mesa está um copo de cerveja abandonado. É plausível acreditar ter o copo sido ali deixado, à pressa, por um dos dançarinos retratados na fotografia. Talvez uma Kizomba tenha despertado a sua vontade para dançar e fora procurar par.