Kizombar el pasado
Tania Safura Adam
Dança dança, kabetula, vem caminhar numa festa
Entrando nesta kizomba para alegrar esta roda
Quem não dançar kabetula, quem não entrar numa roda
Segura a sua barona e sacode a bunda com força
“Tropical Band” - Sacundindo a bunda
1. Rituales domésticos
Madrid. 1989 - 1992
Los sábados por la mañana teníamos la costumbre de hacer limpieza general en la casa. Amina distribuía las tareas entre mi hermana y yo, de tal manera que nos turnábamos o bien el salón y las habitaciones, o la cocina, los baños y la compra. Los fines de semana del salón eran los mejores porque elegías la música, aun así, nos sentíamos atrapadas en ese lastre doméstico. Éramos niñas y teníamos aprender a llevar la casa. Era nuestra obligación, pero solo nosotras lo cuestionábamos.
Desde bien temprano, ya sonaban kizombas, sembas, mornas, coladeiras y zouks en la cadena de música hifi Sony del salón. Era una torre de casi metro y medio envuelta en madera con una puerta de cristal y dos altavoces colocados estratégicamente en las esquinas. En la parte superior tenía un plato para los vinilos, luego un sintonizador de radio, un amplificador, un lector de casetes otro de Cd y abajo, guardábamos algunos Lp’s.
Daria lo que fuera por recuperar esa cadena con sus discos.
Escuchar música lo hacía todo más llevable. Así que aprendimos afrontar los quehaceres “sacudindo a bunda” con la Tropical Band y tantos otros que cantaban a la tierra y a la esperanza, a la corrupción y a la guerra, a las traiciones, seducciones y desengaños. Cuando Amina percibía que la rabia nos consumía, cogía a alguna de las dos, la abrazaba con fuerza como si fuera el hombre conduciendo la kizomba, y la movía al ritmo de la batida con su torso y cintura. No paraba hasta que nos sacaba una sonrisa. Siempre lo conseguía. Ese ritmo nos hechizaba hasta hacernos olvidar el fastidio de tener que estar recogiendo mientras las amigas se divertían en la calle.
Las kizombas o passadas, como las llamábamos, siempre me llevan a ese salón. Aún puedo ubicar cada mueble, la decoración, pero, sobre todo, el espejo del aparador donde nos veíamos reflejadas mientras bailábamos. Ese espejo fue testimonio de los quehaceres domésticos, de las grandes celebraciones y de las kizombas. Ahí conectamos con Tabanka Jazz, Bonga, Paulo Flores, Eduardo Paim, Marizia, Sam Mangwana, Kassav’ y Os Tubaraões.
Ellos reinaron la discoteca casera durante años. Amina, nos adentró en su universo musical, del que apenas sabíamos nada; ni el nombre de los grupos, de donde eran ni, por supuesto, sus estilos. Eso lo fuimos descubriendo con los años. En realidad, toda esa información era irrelevante, nos gustaban las canciones que nos hacían vibrar y las letras, siempre que las entendiéramos. Toda una oda al gozo sin erudición y a la transmisión oral.
De vez en cuando, algún paisano caía por casa, y la mesa del salón se llenaba de comida mozambiqueña. Era habitual acabar bailando passadas. Cuando eso sucedía, Amina abandonaba la cocina y se unía a la fiesta, un gesto que anunciaba el fin de las tareas después de horas de dedicación. Pero la cocina era una continuación de la pista de baile, con sus propias reglas y jerarquías. Durante años, esos rituales domésticos fueron el único resquicio de africanidad que vivimos porque cuando salíamos a la calle, encontrábamos un silencio sepulcral.
Cada verano cargábamos las maletas de casetes piratas compradas en los mercados de Maputo o grabadas por las primas. Nuestros invitados se convirtieron en dealers porque en Madrid apenas se encontraban músicas africanas, no era como en Lisboa, que podías ir a buscarlas a Amadora, a Feira do Relogio o a feira da Praça Martím Moniz. España era más bien lugar de salsas, merengues, rumbas o bachatas, músicas que sucumbieron a Amina, que acabó frecuentando, alguna que otra tarde de domingo, discotecas como “Salsipuedes” o a “Azúcar”, dónde cubanos, dominicanos, puertorriqueños o colombianos también iban a matar “saudades”.
La inexistencia de África en España fue desdibujando nuestros orígenes y la imposibilidad de encontrar una comunidad, por pequeña que fuera, aceleró esa desconexión. Los largos veranos en Maputo no pudieron salvarnos de la escisión. Con el tiempo dejamos de “sacudir a bunda p’ra lá” mientras limpiábamos y nos olvidamos nuestra ascendencia indico-africana para convertirnos en las negras de turno. Las passadas desaparecieron de nuestra vida y todo aquello que nos conformaba; los orígenes, el color piel o las músicas africanas eran infravaloradas en nuestro entorno. Claudiqué a la vez que sentía una disociación cada vez más desoladora al ver que nuestras raíces quedaban relegadas a la esfera doméstica.
2. Los hits del verano
Maputo 1992-2004
La saudade la sobrellevamos con largos veranos en Mozambique. Nada más pisar Maputo, las primas se encargaban de ponernos al día. Nos acercaban a los mercados callejeros, los “Dumbanengue”[1], ahí, después de la guerra se encontraba de todo, pero nosotras solo queríamos los hits del año pirateados. Al principio también íbamos a un pequeño local en el destartalado Hotel Rovuma, ahí encontrabas originales y copias más sofisticadas con portadas impresas a color. Pero, sobre todo, copiábamos las canciones en las casas, así circulaban y se viralizaban las músicas en aquella época. Luego, cuando se popularizaron los video clips y aparecieron los mp3, nos preparaban cd’s con los hits; y después llegó el pen drive, y empezamos a almacenar su música en esos artefactos.
No solo vivimos la transformación del formato, las kizombas también iban cambiando en nuestra vida intermitente en Maputo. El avión era la cápsula que nos teletransportaba cada julio al mismo lugar, pero un poco diferente, porque los acontecimientos, al igual que las músicas, no cesaban. Cada vez había más y más kizombas que empezaban a mezclarse con otros estilos y se hacían más urbanas. Eran tan populares que se escuchaban en cualquier fiesta que se preciara, en las radios, en los coches y las discotecas de la ciudad. Cuando esas canciones sonaban, solo podías bailar.
El “Buzius” o “Minigolf” fue durante años nuestra discoteca por excelencia. Allí vibrábamos con la ciudad que quería encontrarse y bailar: gentes de todas las edades, turistas, prostitutas y trabajadores de organizaciones internacionales. Un batiburrillo de gente de todo el mundo que era correspondido con un popurrí de músicas de cualquier parte. Pero allí se sabía más de Bonga y Flores que de Makeba y Masekela, más de passadas y zouk que de afrojazz o afrobeat. El Dj sabía qué pinchar en cada instante, algunas canciones sonaban hasta dos o tres veces a lo largo de la noche.
El momento más expectante era el de los slows, cuando rebajaban los bpm’s para poner passadas. En un santiamén, Angola y Cabo Verde pasaban a reinar la pista y los chicos venían a cortejarnos. Entonces los cuerpos se pegaban y las distancias se reducían al mínimo; el hombre marcaba el paso y la mujer le seguía al ritmo de la música, acentuando su paso con el movimiento lento de caderas hacia lo lados mientras se deslizaban por pista. Era el tiempo de las insinuaciones y seducciones, pero también uno de los más incómodos para mí. Acostumbraba a rechazar las invitaciones de baile y acababa observando el panorama desde la mesa, esperando que los 15 minutos se pasaran lo antes posible. Toda esa sensualidad me desbordaba, aunque en el fondo deseaba que ser como las demás, tan ágiles y seductoras con los movimientos. Disfrutaba verlas bailar al compás de Nelson Freitas, Marcia, Jorge Neto, Matías Damásio, Caló Pascual, Neuza o Nilton Ramalho y tantos, tantos otros.
Cuando volvíamos al barrio la desolación por separarnos de la tribu y de sus sonidos era infinita, pero se esfumaba cuando la rutina se apoderaba de nosotras. El contraste cultural de cada verano nos hacía volar la cabeza y difícilmente compartíamos con las amigas los hits, tampoco les contábamos las aventuras y desventuras en Mozambique. Era demasiado complicado contrarrestar las ideas preconcebidas, pero el silencio también se sobrevenía porque esos encuentros Maputo-Madrid, aunque los vivíamos con total naturalidad, eran muy dolorosos.
[1]Palabra en ronga que significa ‘confia no teu pé’–, porque lod vendedores, que tenían que salir corriendo cuando aparecía la policía
* Me gustaría agradecer a Amina Adam Mogne, Mariamo Mogne, Gisella Machungo y Maria da Conceição Fortes, mujeres maravillosas que me han ayudado a rescatar los recuerdos de las kizombas de momentos y lugares que que algún día compartimos.
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A Minha KIZOMBA
Não sendo este, um documento com rigor científico, importa referenciar a obra de Pedro David Gomes – “Cultura Popular e Império | Capítulo 14 | Folclore e ritmos modernos na cidade colonial – classe, raça e nação na história da música urbana de Luanda”, da qual nos socorremos, para necessária justificação do trabalho de curadoria solicitado pelo meu amigo Nástio Mosquito a quem, com profundo respeito e admiração, dedico “A minha Kizomba” – a playlist (em actualização permanente). Trata-se de uma preferência pessoal, procurando reduzir as susceptibilidades, tendo como foco exclusivo, o que nos une, A KIZOMBA.
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How Kizomba Designs the World!
A museum is traditionally understood (from a Western perspective) as an institution, whether it be physically or nowadays often virtually, that collects, preserves, researches, interprets, and exhibits objects or artefacts of cultural, artistic, historical, or scientific significance for the benefit of the public. Playing a crucial role in preserving and presenting our collective heritage and knowledge.
Following this train of thought, a design museum would then acquire, document, and preserve a wide range of design objects, including furniture, industrial products, graphic design, materials, fashion, architecture models, digital interfaces, and more. These objects represent significant examples of design history, innovation, and creativity.
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Yolanda
When I moved to Luanda in 1997, Angolans were five years into another period of civil war, living again in an extended state of various vulnerabilities.
From November that year until my departure in August 1998, I conducted research in the national archives and explored Luanda’s music scene, work that would become a cultural history of Angolan nationalism and the popular music scene of the 1960s and 1970s.
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Do AfroZouk ao Kizomba: os ritmos do Semba, Coladera, Gumbé, Marambenta e Puita dançam ao passo da nova batida
Com a proclamação das independências nos Países Africanos da Língua Oficial Portuguesa – PALOPs ou comummente designados “os cinco“ (Angola, Cabo Verde, Guiné-Bissau, Moçambique, São Tomé e Príncipe) – entre 1973-75, a luta pela emancipação e construção contra-colonial ganhou pujança através de novas formas de organização da vida política, económica e social que procuraram, através da dimensão cultural, projetar a construção de novas narrativas e formas de manifestação identitárias capazes de mobilizar coletividades para modelos de vivências baseadas na africanidade enquanto espaço e meio produtor de modernidades.
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Kizomba
É difícil lembrar quando a gente ouviu uma palavra pela primeira vez. É preciso que tenha sido um evento muito forte para que isso aconteça. A memória edita os acontecimentos - sejam eles linguísticos ou de qualquer outra natureza - quase que à nossa revelia. Ela é prodigiosa em transformar tudo em ficção. Pois então, os eventos devem ter um impacto no nosso corpo e na nossa consciência de tal sorte que indiquem à memória que se trata de algo memorável. Tudo isso devem ser devaneios de um especulador sobre a neurociência. Mas é assim que, no exercício da linguagem, vamos levantando questões e alimentando as curiosidades e contando caso e fofocando.
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Kizomba com saudade
Numa das fotografias do meu álbum de infância celebra-se a festa com a dança de par: Kizomba. A imagem fora registada num salão da casa da minha família, no Huambo, em 1979.
Em primeiro plano, uma mesa coberta com uma toalha branca está elegantemente decorada com diversas pequenas jarras com flores, sobre esta bolos, sobremesas e outras doçarias.
Olhando com atenção, na beira da mesa está um copo de cerveja abandonado. É plausível acreditar ter o copo sido ali deixado, à pressa, por um dos dançarinos retratados na fotografia. Talvez uma Kizomba tenha despertado a sua vontade para dançar e fora procurar par.
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Una nación llamada Kizomba
Como afroecuatoriana, siento que algo se ha perdido. Hay una sensación de extranjería constante, un no saber para dónde mirar, dónde depositar el cuerpo y expandir las extremidades. Aquí entra la dimensión personal, no la general, no puedo hablar por los otros afrodescendientes de este territorio. Voy a decirlo así: a veces no reconozco el lugar de la nacionalidad ecuatoriana como propia, estoy convencida de que eso tiene que ver con mi afrodescendencia.
Por eso, aprendí portugués a los dieciocho años como regalo de mayoría de edad. Mi madre me dijo: "¿Por qué no terminas inglés?", y no supe qué responder. Había en mí una pulsión impalabrable que me llevó con urgencia a adentrarme en ese idioma.